miércoles, 29 de septiembre de 2010

PSICOANALSIS & POSTMODERNIDAD

El psicoanalisis…,

esa practica molesta para la Modernidad

 Por José Méndez (*)

 

(…) Mejor pues que renuncie quien no

pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época (…)

Jacques Lacan (1)

 

Siglo veinte Cambalache

 problemático y febril…

Enrique Santos Discepolo (2)

El psicoanálisis es un producto de la Modernidad, nace como un anticuerpo de la modernidad, cuestionando esas mismas bases. Confluyen en su creación una serie de contingencias que abren paso a esta práctica (“práctica”, no ciencia). Aún naciendo en las misma entrañas del modernismo, podemos decir que el psicoanálisis es postmoderno, pues desenmascara la idea de progreso y razón que la Modernidad orientaba a la perfección futura. No obstante esto, la modernidad cae como producto de los actos reales (no morales) con la sospecha hacia la ciencia (al servicio de los intereses multinacionales), la violencia social (dos guerras mundiales y millones de vidas perdidas) y el giro estético sobre el concepto de belleza que el arte, en general realiza. Así, el Postmodernismo nos asoma al desencantamiento de la razón universal que englobaría a la ciencia, arte y ética en la época Moderna (Siglos XX al XIX).

La Modernidad mostró que la razón, la lógica y la voluntad han pasado al plano de la relatividad, es decir que no son valores contundentes, ni universales, ni indiscutibles signos del progreso. De haberlo sido, la humanidad hubiera superado las peores endemias. La mayoría de nosotros sabe qué debemos hacer, pero no podemos, ¿por qué? Es la pregunta clave. Y esto ya nos asoma a “la clínica de lo imposible” en psicoanálisis. Imposible, de curar, educar (y gobernar, dirá Freud). Esto cambia la perspectiva y la posibilidad de toda comparación con otra actividad en dónde la lógica, el poder, el saber, la voluntad y la racionalidad forman parte de la eficiencia, el buen camino y el éxito terapéutico. Todo esto está cuestionado en la Postmodernidad.

 

Modernidad / postmodernidad

La Modernidad se extiende entre los siglos XVI y XX, la caracteriza la idea de progreso en pos de un futuro de perfección, basado en ciencia, moralidad y arte, con sus contrapartidas de verdad, deber y belleza. La Antigüedad se direccionaba con los modelos arcaicos, es decir se regía por su propio pasado, en cambio la modernidad apuntará al futuro.

Es Kant quien plasma la idea de la Modernidad en Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio los tres ideales de la modernidad ciencia/verdad, moralidad/deber y arte/belleza. De esta forma su discurso está a leyes universales que explican la realidad basadas en el determinismo, racionalidad, universalidad, verdad, progreso, emancipación, unidad, continuidad, ahorro, un mañana mejor, etc. Es decir, un proyecto que apuntaba al progreso bajo la razón y la lógica, pero –como suele suceder- los acontecimientos sociales fueron desgatando estas bases y hoy, -al concepto de varios autores- estaríamos en algo más que los umbrales de la “postmodernidad”, un concepto casi caótico a los ojos de los modernos y positivistas.

La Postomodernidad puede ser fechada imprecisamente a partir de la segunda mitad del siglo XX, sin un marco teórico definido debido a que se va organizando con sucesos carente de un sistema, una coherencia o unidad. Lo híbrido, lo popular, el descentramiento de la autoridad intelectual y científica y la desconfianza hacia los grandes relatos la caracterizan. Además estará delimitada por la deconstrucción, las alternativas, la disolución, la indeterminación, la diferencia y fundamentalmente por la ruptura de modelos hegemónicos. Se van diluyendo lentamente los modelos de ciencias objetivas y neutrales. A las ciencias, por ejemplo, hoy, alguien debe financiarlas y esos son los poderes multinacionales de turno que nutren la ideología moderna para poder infiltrar la homogeneidad subjetiva, sin diferencias que perturben sus ganancias. Respecto a la ética, es fácilmente deducible que ya no se hace lo que se debe, sino lo que conviene; y el arte transita desembarazado de las utopías de belleza y progreso.

Estamos, así, en el periodo del desencanto de la Modernidad, esos ideales prometidos nos han dominado, colmado de culpas, muertes y sometido a imposibles.

 

Los “maestros de las sospecha”

De esta forma fueron mencionados Karl Marx (1818/1883), Frederich Nietzsche (1844/1900), y también Freud (1856/1939), (aunque puede agregarse una lista más amplia: p.e. Wittgenstein y Heidegger), ellos pudieron conmover al modernismo desde sus mismas entrañas. Fueron su “caballo de Troya”, la modernidad los trajo, los produjo y desde allí cuestionaron sus mismas bases que repercutieron años después. Hoy son poco discutibles sus ideas, sería una necedad contradecirlas, pues la realidad actual se encarga de demostrarlas (aunque no faltan intentos: el Libro negro del psicoanálisis es un ejemplo).

Marx con las relaciones materiales productivas, el lenguaje como conciencia práctica y la conciencia como producción social. Nietzsche con su sospecha acerca de la verdad, sobre el lenguaje, la significación, la interpretación, etc, y Freud con su concepto de inconsciente, trastornan las bases de la Modernidad despejando nuevos caminos para la interpretación generando una nueva disposición en la episteme social actual. Permitieron un desarrollo y diversificación de las disciplina sociales, criticar  al racionalismo reduccionista, profundizar el análisis de los discursos, concebir al sujeto en su misma realidad y las teorías como construcciones históricas, identificar las relaciones de poder para la explicación de fenómenos sociales, entre otras tantas cosas que este espacio de escritura no nos permite.

Todo esto permitió una actitud aperturista en las ciencias sociales, desacralizando verdades, desactivando universales, reconstruyendo los valores morales existente que fundamentan un  desculpabilización de la humanidad. Es el pensamiento emancipado del apriorismo y de predeterminaciones condicionantes hegemónicas. Permite pensar desde la historia misma, los cuerpos, las prácticas sociales creando nuevos espacios en dónde transitar la vida.

No es aventurado, entonces, decir que psicoanálisis siempre fue postmoderno. Jacques Lacan (1901/1981) es un producto netamente del postmodernismo aunque haya sido cuestionado por sus contemporáneos de igual corte como  Foucault,  Guattari,  Deleuze o  Derrida. Lacan logra remozar la teoría freudiana, rectificarla, continuarla y ampliarla, y aún introducir nuevos conceptos teóricos que modifican la clínica actual. Asimismo, su obra, que puede dividirse en dos clínicas, muestran –en su última etapa un acentuamiento de los conceptos de esencia postmoderna (p.e. el sinthome).

 ¿Es el psicoanálisis un modelo de la postmodernidad?

¿Por qué –entonces- postulo al psicoanálisis como un producto de la postmodernidad?. Freud se desprende del Modernismo con su concepto mismo de inconsciente, pues cuestiona la utilidad de la conciencia basada en la razón  Además, entre otras tantas cosas, existe una razón básica: la única verdad surgirá de la práctica con la singularidad del paciente.

Otra fundamental: es una práctica y no una ciencia. Basta leer, la primera página de Pulsiones y sus destinos (1915) para ver cómo Freud delinea lo incierto que va siendo el método a medida que uno avanza. Un artesano del discurso, eso resultará el analista que se asome al psicoanálisis. Ese discurso exclusivo y único que sostiene una historia –también singular- de ese sujeto sufriente por lo que no puede ser. (“Hago y digo lo que no pienso, eso me hace sufrir, por eso estoy aquí”.)

El psicoanálisis socava la razón, subvierte la ética y cuestiona la belleza. Pone en entredicho la existencia del Otro que hace obstáculo a la subjetividad creativa. Si hoy, como suele decirse, “el Otro no existe”, posiblemente sea por la desconfianza a esa garantía que la modernidad proponía a través de la razón y el progreso. Ese Otro que dictaminaba mis deseos anticipadamente y uno sin saberlo.

Deconstruir ese discurso familiar atravesante del Otro, las alternativas limitadas que uno tiene con su propia historia, la disolución del goce conocido que angustia, la indeterminación constante de cada paso hacia el que avanzo, la diferencia de lo que el mismo sujeto se cree y la ruptura angustiosa de modelos con valor de goce personal, cobran el precio de la angustia por ser un instante algo que concreto con mi deseo. Todo esto, nada más que con la materialidad del discurso, un discurso personal, hecho con lenguaje, pero singular por la historia que me surca. Ese discurso que se trastabilla en lapsus, olvidos, negaciones, recuerdos infantiles, sueños y errores, por lo cual sospechan de la inteligencia del mismo ingresando en el campo de la creatividad subjetiva, buscando un sujeto que nunca será y dejando el que fui y nunca fue.

Hasta aquí, tan sólo un esbozo con el objetivo de encuadrar una práctica y mostrar que el psicoanálisis siempre estuvo fuera de las ciencias y del discurso del Amo Moderno. Es “postmo” en su esencia y en su continuidad.

 Entonces…¿Qué es “un / el” psicoanálisis?

·         Diferenciemos ¿Qué es un…? y ¿qué es el….? Psicoanálisis. Un psicoanálisis compete exclusivamente a sus protagonistas: analizante-analista. El psicoanálisis es una práctica. Divisoria necesaria para señalar, de entrada, que es una práctica sobre la singularidad de cada sujeto, más específicamente sobre el sufrimiento de cada sujeto. Esto es un vasto y ancho campo de posibilidades, infinitas, establecida por la cultura, las interrelaciones personales y las épocas, pues el hombre sufrió, sufre y sufrirá hasta el fin mismo de la humanidad. Es decir, nuestro trabajo como analistas está asegurado… siempre y cuando nos adaptemos a cada época.

·         Antes, ¿de dónde surge un practicante del psicoanálisis?, respuesta: de un diván, es decir de su propio análisis. Habiendo cruzado su propia fantasmática, sólo así podrá saber de qué se trata un psicoanálisis, razón por lo cual no se puede estudiar en la universidad.

·         ¿Termina un análisis? El tiempo es una de las críticas que más sólidamente creen los detractores que poseen como un tesoro de reproche hacia el psicoanálisis. Error. El tiempo pertenece al campo de lo imaginario, es un pacto simbólico que no habla de la subjetividad, sino de un límite necesario para la organización de una cultura. La brevedad y la eficiencia no son resortes del sufrimiento humano, son de la resistencia de las máquinas u objetos. Mientras el sujeto vive, sufrirá, porque posee un cuerpo y debe sostener los embates de la falta de su ser en cada gesto al cual se anime en la itinerario de la vida. Si el psicoanálisis no es una ciencia, es porque es una práctica. Nunca pretendió ser otra cosa, es su esencia. Una  ciencia de lo singular dirá Lacan. La ciencia tiene sus parámetros bien definidos, el psicoanálisis, también, su dispositivo está por encima de sus protagonistas: si no se cumple, no hay análisis. Es una práctica que respeta un dispositivo lleno de contingencias que adoptan la modalidad de sus protagonistas, el analista sabrá los bordes de sus posibilidades, las formas serán fruto del movimiento de un análisis en particular. El paciente en su vaivén “lenguajero” acomodará el movimiento de la marcha.

·         ¿Cura el psicoanálisis?. No. Si el paciente quiere y puede, sufrirá mejor. Es un tratamiento del sufrimiento humano del cual nunca nos podremos despojar mientras nuestro cuerpo funcione,… y hablemos. Si hay una “cura” será por añadidura (dirá Freud), es decir un alivio de carácter terapéutico, producto de corrimientos subjetivos más trascendentales para el sujeto. Entonces, ¿Es el psicoanálisis una terapéutica?, si, por añadidura de un efecto pero no es su objetivo, como consecuencia de la intervención en el sufrimiento, se pueden observar efectos terapéuticos rápidos. Pero esto no queda allí. Si es lo más fácil o rápido (ese efecto terapéutico) es porque no tiene tanto sustento el argumento del sufrimiento. Está “lo otro”, aquello que está solidamente emplazado en el propio sujeto que posee una fuerte argumentación de vida y que reparte síntoma en repetición. Es contra lo que el paciente no puede, que impide la concreción de los actos más anhelados por el sujeto que se debate en la indecisión de acometerlos.

·         ¿Qué herramientas para una práctica tan singular? La palabra. Con ella seducimos, creemos, convencemos, influimos, ofendemos, nos aliviamos, consolamos, enseñamos, etc. Huelga decir que la palabra tiene una materialidad sustancial para todos nosotros. Si algo descubre el psicoanálisis es que estamos enfermos por la palabra y de palabras. Acaso ¿hay otra actividad que se ocupe del sufrimiento a través de la palabra sin influir, seducir, convencer, sugestionar, aconsejar, etc.?

·         ¿Puede sustituirse con la química?, Si, adormeciéndose de la angustia, esa compañera eterna que todos poseemos por el sólo hecho de vivir y ajustar cuentas con las contingencias cotidianas del vivir.

·         ¿Sólo el análisis hace falta para ser analista? No. El dispositivo se completa, con la supervisión, una  institución en dónde nuestro saber sea cuestionado, el estudio personal, la clínica cotidiana y el propio análisis. La práctica exige un vaivén constante, un acomodamiento permanente, una falta de fijeza de ideas, nada de cristalización de ideas, permanentemente el analista está a prueba con cada paciente. Es un movimiento creador y cotidiano, en dónde el sentido queda en segundo lugar.

 El psicoanálisis y los síntomas postmodernos

El socavamiento social por la producción y la comercialización de productos, provenientes de la tecnología -hija de la ciencia- es el producto de la Modernidad que cobra sus facturas en consecuencias sociales de esta Postmodernidad.

Si pensamos por un momento –haciendo hipótesis- en el síntoma como indicativo de la época, podemos pensar que en la Antigüedad los síntomas eran producto del pasado que evitaba cualquier futuro y se sostenían en su propios valores del pasado. En la Modernidad, respecto del futuro y la perfección. Ahora, en la Postmodernidad creo que podemos pensar el síntoma respecto a la incertidumbre. Los tres síntomas respecto de la angustia se pueden imaginar en formas diferentes. Hoy, la incertidumbre se presenta descarnada y taponar la angustia exige un modelo de síntoma inmediato como el uso de tóxicos, estos productos de las tecnologías son los “tapones” de la angustia del sujeto postmoderno. Y en este sentido, el sujeto postmoderno se enfrenta con menos semblantes para hacer síntomas, el Otro que no existe como un regulador superyoico o más ético –al estilo moderno del deber kantiano- debe recurrir a la inmediatez que permite la tecnología y producciones de la época: alcohol, drogas e informática, o el inventado ataque de pánico que decreta la medicina o inmovilizarse, aturdirse (“no pensar es la onda” dice la publicidad de una cerveza o “decir demás está mal” la de un yogurt). Hoy en nuestros consultorios escuchamos: vivir el presente; búsqueda de lo inmediato, culto al cuerpo y la liberación personal, descreimiento en las ciencias pero rindiendo culto a su hija: la tecnología, relativismos y pluralidad de opciones, descreimiento en el poder público, despreocupación ante la injusticia, desaparición de idealismos, pérdida de ambiciones personales y de la valoración del esfuerzo, diversificaciones teológicas, relaciones personales a través de internet, etc. Lógicamente se llega a estos síntomas por caminos construidos en forma individual y singular pero enmarcados en las épocas que los producen. Las culturas producen sus síntomas y se construyen singularmente en los sujetos. Creo que, nosotros somos una bisagra entre el modernismo y el post y el psicoanálisis está desafiado a pensar en nuevas formas de abordajes de estos discursos y sufrimiento. No es problema, porque siempre estuvo abierto a eso, nació mirando las miserias de los seres humanos en una diversidad de fauna psíquica que no se espanta.

 

Un cierre

En apariencia, el psicoanálisis, es un valor postergado, no obstante, la multitud de personas que lo practicamos (pacientes y analistas), demuestra la fisura en la Modernidad y ser un valor preciado para muchos, pero no posible para todos.

Así planteada las cosas, me pregunto si las denominadas Técnicas Cognitivas Conductuales (TCC) no son productos de la tecnología que intentó implantarse en los humanos  (como máquinas eficientes) obviando la subjetividad. Nacieron como producto del reclamo de eficiencia de la modernidad, exigida por la tecnología (la señora que exige eficiencia en su microondas, no exime de esta exigencia al analista o terapeuta). Los medios –instrumentos de la tecnología- le volcaron la verdad que “todo es posible” (Nothing is imposible, dirá la publicidad de una marca deportiva internacional). Se exige identidad a uno mismo. Todo debe parecerse al sujeto universal, ilusión de la ciencia al servicio de los poderosos intereses económicos mundiales. Un sujeto idéntico a los mandatos del poder, no discute, obedece. Lo diferente cuestiona lo instituido. El psicoanálisis esta dentro de lo segundo: abre las puertas al deseo, a lo original de cada uno, fuera de una serie programada por generaciones obedientes, la única dificultad que tiene es que –como decía Freud- uno tiene que bajar al infierno y luego no puede hacerse el desentendido. A partir de ese momento, las sospechas de su narcisismo de ser quedaron confirmadas. A partir de allí tendremos que deconstruir un sentido personal en la travesía angustiosa del ser, por eso hablar de deconstruir el sentido en psicoanálisis es postmoderno.

La postmodernidad se acerca mucho –según mi interpretación- al concepto de castración en psicoanálisis, por eso creo que es una práctica molesta para la modernidad, hace obstáculo al sujeto universal prometido por la Modernidad.

 

(1) Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis. Escritos 1.

(2) Enrique Santos Discepolo adelanta el postmodernismo en su tango titulado Cambalache (1934). Denuncia lo que se aproxima sin pudor desde el Postmodernismo.

Que el mundo fue y será una porquería
ya lo sé...
(¡En el quinientos seis
y en el dos mil también!).
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublé...
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos...

¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!...
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!
No hay aplazaos
ni escalafón,
los inmorales
nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
¡da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón!...

¡Qué falta de respeto, qué atropello
a la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡Cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stavisky va Don Bosco
y "La Mignón",
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín...
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia
contra un calefón...

¡Siglo veinte, cambalache
problemático y febril!...
El que no llora no mama
y el que no afana es un gil!
¡Dale nomás!
¡Dale que va!
¡Que allá en el horno
nos vamo a encontrar!
¡No pienses más,
sentate a un lao,
que a nadie importa
si naciste honrao!
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley...


BIBLIOGRAFIA

·         Freud, Sigmund.  ¿Debe enseñarse el psicoanálisis en la universidad?. Tomo XVII. Amorrortu Editores. Standard Edition. Bs. As.

·         Freud, Sigmund.   ¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos con un juez imparcial. Tomo XX. .Amorrortu Editores. Standard Edition. Bs. As.

·         Freud, Sigmund.  Pulsiones y sus destinos. Tomo XIV, Pag. 113. Amorrortu Editores. Standard Edition. Bs. As.

·         Esther Diaz. Posmodernidad. Editorial Biblos. Filosofía. Bs. As. 2007

·         Jean-Francois Lyotard. La posmodernidad. Gedisa Editorial. Barcelo. 2005

·         Foucault, Michael. Las palabras y las cosas. Siglo XXI, Mexico, 1982

·         Jacques Lacan. Seminario 2, Clases 1, 4, 5 y 7

·         Jacques Lacan. Seminario 3, Clases 10, 11 y 15

·         Jacques Lacan. Seminario 13, Clases 1, 9 y 19

·         Jacques Lacan. Seminario 14, Clases 3, 8 y 11

·         Perry Anderson. Los orígenes de la postmodernidad. Anagrama. Madrid, 2000.

·         Jurgen Habermas. El discurso filósofico de la modernidad, en El pensamiento postmetafísico. Taurus. Madrid, 1990.

 

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